martes, 22 de marzo de 2011

Lo intentaré, i promise...

Reconozco no ser fan del jazz. Y me molesta. Me gustaría haber estudiado música, pero en su momento no tuve la lucidez, capacidad de sacrificio ni inquietud para hacerlo. El resultado, una oreja muy dura y una percepción musical más emocional que no objetiva. Y con eso no afirmo que el jazz sea puro plasticismo superficial.
Para más inri, resulta que uno de los pocos festivales con cara y ojos que se montan en Tarragona es el Dixieland. Será del 12 al 17 de abril.

200 músicos, 40 bandas en más de 20 escenarios. Actos dirigidos a todo tipo de públicos, especial atención a la incentiva que se propone al público infantil. El jazz, más allá del Cohiba y el Brandy en un local de Manhattan, es la reivindicación de la música y del pueblo. Su proximidad permite llevarlo a la calle. También exhibirlo enjoyado, como lo hará Eliane Elias en el Metropol el 15 de abril.

La mala educación del tímpano

Convendría (y debería aplicarme al cuento) que el jazz no se quedara en seis días al año en Tarragona de cara al gran público. 18 ediciones del Dixieland demuestran que el público responde y se contagia de New Orleans, de su madera, de su viento metálico y su improvisación como joya de la corona.

Y la pluralidad, nos gusten o no sus ramas, es riqueza.

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